Imagina que un día tienes hambre, se te antoja un bocadillo y
decides ir a... no diré que un puesto de pastes cuyo local se
encuentra en la esquina de las calles 2 Norte y 4 Oeste aunque, si
lograsen a llegar a dicha dirección, se irían con la finta y
entrarían a un comedor de pastes, pasando por alto el pequeño local
de 2 por 5 metros que se encuentra en la esquina opuesta con
referencia al cruce porque sabrán de qué chica estoy hablando.
Entonces llegas al puesto de crepas y la ves, al otro lado del
mostrador: una chida de tez morena, pelaje desteñido, ojos verdemiel
ocultos bajo sus largas pestañas rimeladas,
con quemaduras en los antebrazos, de estatura media, y... bueno, la
chica a la que quieres invitar a salir el viernes por papas y pizza,
que conocerá a tu madre y engendrará tus hijos. Es ella, de nombre
Tolerancia.
Decides verte hábil luciendo tu
mejor sonrisa, un gesto que reluzca tu personalidad y un aaaah
en lo que te decides en el menú para pasar más tiempo hablando.
Luego, ella se da vuelta, sabe que en el futuro serás un idiota con
ella. Alarmado de perderla te decides por la elección más simple.
Es tanto. Le das las
gracias y ella tuerce los labios, da media vuelta. Vieja
mamona. Ahora tu paste crepa no
sabe tan bien. Ella voltea, esperando un gesto que le haga saber que
eras el indicado para ser el padre de sus hijos, pero ya la has
despedido con indignación.
Adquiere la certeza de que su
instinto sobre ti era acertado y por ende sentencia todos
los hombres son iguales.
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